En este post nos vamos a centrar en su interesante historia, que tiene más chicha de la que la mayoría pensaría.
Irlanda o Eire está habitada desde el año 9.000 a.C. De estas tribus quedan restos como megalitos, dólmenes y vestigios de la extracción minera de cobre y oro.
A partir del siglo IV a.C los celtas o gaélicos procedentes de Europa del este llegaron a la isla. Constituyeron una población unida por una misma lengua y una misma cultura, pero fragmentada en una multitud de pequeños reinos siempre en guerra los unos con los otros. Los romanos no conquistaron Eire, lo que contribuyó a la permanencia de la cultura celta.
Ya en el siglo V de nuestra era, San Patricio, patrón de Irlanda, concluyó la evangelización de la isla y proliferaron los monasterios como Armagh, Iona y Kildare, centros de conocimiento muy influyentes a los que acudían sabios ilustres del continente.
Hacia el año 800 se produjeron las invasiones vikingas. Este pueblo fundó Dublín y se estableció en sus alrededores, desde donde sembraron el terror hasta que en el 1014 el rey de Irlanda, Brian Boru, los derrotó en la batalla de Clontarf.
En el siglo XII los anglo-normandos, al mando de Enrique II de Inglaterra, ocuparon Dublín y toda la región circundante y los grandes señores feudales se repartieron los territorios del este y del centro de la isla, sembrándola de castillos y ciudades fortificadas, quedando la isla integrada en la Corona británica, iniciándose un dominio que perduró durante siete siglos y que estuvo plagado de rebeliones y de duras represiones.
Un fuerte control que se hizo más riguroso tras la ruptura de Enrique VIII con Roma. La negativa de los irlandeses a sustituir su ferviente catolicismo por la nueva Iglesia Anglicana endureció aún más el protectorado inglés.
Los dos siglos siguientes fueron muy duros: en 1650, tras una represión sangrienta, el dictador británico Cromwell entregó el Ulster a los colonos ingleses; en 1690 la derrota de Boyne barrió la última esperanza de los irlandeses de que un rey católico gobernara en Inglaterra; entre 1695 y 1725 las Leyes Penales privaron a los católicos irlandeses de los últimos derechos que les quedaban. Finalmente, en 1800 Irlanda se unió a Inglaterra y se disolvió su Parlamento.
No será hasta el siglo XIX con O’Connell primero y Parnell después cuando las leyes restrictivas contra los católicos se relajen y un nuevo ordenamiento agrario transforme Irlanda en un país de pequeños terratenientes.
Una serie de malas cosechas de la patata y la obligación de exportar sus productos agrícolas y ganaderos a Inglaterra dejó a los irlandeses sin recursos alimenticios, dando lugar a la Gran Hambruna que azotó la isla de 1845 a 1851. Este hecho dio comienzo a la emigración irlandesa a EEUU.
En 1912 el Parlamento de Londres votó la ley para la autonomía administrativa de la isla, pero el inicio de la I Guerra Mundial retrasó su aplicación, lo que suscitó el descontento de los movimientos independentistas («Sinn Fein») que, en 1916, proclamaron la independencia.
El ejército inglés reprimió el levantamiento, pero en 1919 el «Sinn Fein» ganó las elecciones y promovió la lucha armada hasta el Tratado de Londres de 1921, con el que Irlanda obtuvo la independencia como miembro de la Commonwealth.
Veintiséis condados se convirtieron en el Estado Libre de Irlanda, mientras que los seis condados de Irlanda del Norte siguen formando parte del Reino Unido. Se produjo la escisión entre el IRA (Ejército Republicano de Irlanda) liderado por Tom Barry, y los partidarios del acuerdo, encabezados por Michael Collins. Una parte de la población rechazó la división sancionada por el tratado, y entre 1922 y 1923 la guerra civil asoló la isla.
En 1949 se cortaron los últimos vínculos constitucionales con Reino Unido y se proclamó la República de Irlanda, que en 1973 ingresó en la CEE. Actualmente es miembro de la Unión Europea.
Fuente 1
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